Al igual que la semana pasada, insisto en lo que
decía: he escuchado a mucha gente quejarse de la poca vida musical (y cultural)
de Santander. Pero creo que esa misma gente es la que no se molesta en
informarse o ver la oferta de la ciudad. La semana pasada ya hablamos de los
dos conciertos que se presentaron, y el viernes pasado hemos tenido el
privilegio de contar con dos grandes músicos y personas, de nivel
internacional, que llevan nada menos que cuarenta años en los escenarios.
Yuri Nasushkin, violinista, director de orquesta
y pedagogo ucraniano, llegó a España en los años noventa, como integrante de la
orquesta de los famosos “Virtuosos de Moscú”. Desde ese momento emprendió una prolífica
carrera como intérprete, docente e impulsor de interesantes proyectos
educativos.
Lidia Stratulat, renombrada pianista moldava con una
extensa carrera internacional, ya sea de solista, como en música de cámara.
También destaca como pedagoga, habiendo tabajado durante tres lustros en el
Real Conservatorio Superior de Música de Madrid. Actualmente desarrolla una
intensa actividad concertística y pedagógica en todo el mundo.
Prueba de todo ello es el magnífico concierto del
pasado viernes 4 de octubre, organizado por la Sociedad Filarmónica y de las
Artes de Cantabria, en el incomparable y familiar marco del Ateneo de
Santander.
Dentro del amplio y diverso repertorio del dúo,
pudimos disfrutar de un recorrido que comienza en el barroco de Bach (1686-1750),
hasta llegar a la música del reciente Alfred Snitthke (1934-1998), pasando por
uno de los hijos de Bach, Berezovsky, Piazzola o John Williams. Además, el
recital tenía el sugerente título de “Diálogo”. ¿A qué clase de diálogo se
refiere?
La velada comenzó, así, con la última de las
sonatas para violín y clave de Bach,
BWV 1019. La colección de las seis piezas se compuso en un tiempo relativamente
breve, en lo que se conoce como la “época de Köthen”, presumiblemente hacia
1720.
En este caso, pudimos palpar de cerca la palabra
diálogo en toda su riqueza. ¡Busquemos cuáles! En su juventud, Bach, tocó la
viola y el violín, por lo que la influencia de las cuerdas creó en él un poso
que sería uno de los puntos fundamentales de su pensamiento compositivo. Los
fraseos, escalas y figuraciones del teclado lo demuestran con exactitud. La sonata
se vertebra en cinco partes, las impares de carácter juguetón y alegre, y las
pares, más lentas e íntimas. Aquí tenemos una de las características de Bach.
La presencia de los propios estados de ánimo del compositor, fuerza y pasión
entremezclados, siempre con la mirada puesta hacia el Cielo.
El primer movimiento –Allegro-, nos presenta un fresco Sol mayor, en el que Yuri y Lidia
desgranan con eficacia y precisión todos los colores y timbres de las distintas
voces. El Largo que le sigue, sobrio
y expresivo, penetra en lo más profundo de la intimidad de Bach y, en la
nuestra también. Un grito contenido que algunos sugieren podría ser la triste despedida
de Bach a su primera mujer. Las frases descendentes y las notas largas nos
muestran ese “lamento fúnebre”, esa bajada al subsuelo, mientras que las
melodías ascendentes, son la oración que el compositor dirige a los cielos.
Diálogo entre lo humano y lo divino a través de la música. (Recordemos que Bach
solía firmar sus obras con las iniciales SDG, es decir, soli deo gratia).
El Allegro siguiente
(para piano solo), perfectamente hilado con el anterior, está escrito en una
especie de danza binaria. La pulcritud y precisión dinámica de Lidia es
formidable. Un toque sedoso, que se desplaza ágilmente en esas corcheas, a
veces picadas y a veces ligadas, hace sonar las voces como si tuviéramos delante
a un coro con sus cuatro voces. Todo ello elaborado con un trabajo magistral en
el uso pedal, muy atento a la sonoridad de los fraseos y a las resoluciones de
los adornos y florituras.
Una expresividad que podríamos definir como “religiosa”
es la que se muestra en el Adagio.
Vetas dramáticas envueltas con las síncopas del teclado nos devuelven a esa
parte más íntima y mística del compositor pero que, gracias a la viva y
sensible interpretación del violín y del piano, podemos hacer nuestra.
El Allegro-giga
final, actúa a modo de parte cadencial de la sonata. El tema principal se
presenta y desarrolla por toda la danza, una veces en el violín y otras en el
teclado, con un tempo justo y una arquitectura sonora clara, el igual que las diferentes
texturas presentes en cada uno de los instrumentos.
Tras esta pequeña joya de apenas veinte minutos de
duración, pudimos disfrutar de la sonata en do menor H. 514 de C.P.E. Bach, uno de los hijos más
aventajados del compositor y que permanece en la historia como uno de los
precursores de la actual forma sonata y del estilo que se conoce como “clásico”.
A diferencia de la sonata barroca, ésta se
estructura en tres movimientos, en los que persiste la alternancia rápido-lento-rápido.
El elaborado y fundamental trabajo contrapuntístico, el bajo continuo de la
mano izquierda del teclado, las imitaciones entre los dos instrumentos y la
importancia estructural del motivo inicial como generador, todas ellas características
del barroco, dan paso a lo que, más adelante será el binomio
melodía-acompañamiento. Disminuyen el diálogo imitativo, empezando a aparecer
temas propios y variados. La clara y explícita interpretación de Yuri y Lidia
dan muestra de ello. Tomamos como ejemplo el segundo movimiento, donde el
concepto de “melodía acompañada” brilla de manera lírica y pausada.
La segunda parte comenzó con un estreno absoluto
en España. Se trata de la sonata para violín y piano de Maxim Berezovsky (1745-1777), compositor ucraniano casi
desconocido, pero que, como comentó el propio Yuri, fue contemporáneo de Mozart
y alumno del padre Martini en Bolonia, bajo el cual, un joven Mozart, en sus
viajes a Italia, también tuvo el privilegio de estudiar durante un breve
periodo.
Compuestas en perfecto estilo clásico, representa el
canon típico de esta época. Ya en el primer movimiento, Allegro, encontramos los típicos temas contrastantes, aunque
breves, partes modulantes y, sobre todo, el predominio de la parte del violín
(melódica), acompañada por el piano (armónica) en el que podemos escuchar el
famoso “bajo Alberti”, en la mano izquierda. Encontramos en Yuri al gran
comunicador de la idea clásica del fraseo y precisión dinámica presente en la
partitura.
El grave intermedio
es el movimiento más expresivo de la sonata. La meliflua y dulce melodía vuelve
a recaer en el violín, interpretada con un gusto delicioso. El piano repite las
partes finales de sus frases a modo de “comentario” lejano y facilita la parte
armónica a través de acordes en la mano izquierda. Destacar aquí la habilidad
de Lidia, capaz de interpretar este acompañamiento de una manera sutil y
precisa, sin exagerar la dinámica y caracterizando todas las cualidades
armónicas de cada compás.
Finalmente, el Allegretto
con variaciones, en tiempo ternario, a modo de Minuetto. En este caso podemos apreciar la capacidad intelectual e
interpretativa del dúo. La primera, viendo cómo los músicos “improvisan”
figuraciones, adornos y técnicas que no están presentes en la partitura, pero
que encajan perfectamente con el estilo de la misma y que la dotan de mayor
riqueza, tanto melódica como rítmica. La segunda, constatando cómo son capaces
de desenvolverse ante un movimiento que se vuelve cada vez más complejo con
cada variación que pasa, pero sin perder el sentido del compás ternario y del carácter
general de esa especie de danza ternaria.
Tras la parte clásica, el dúo interpretó una serie
de piezas de compositores del siglo XX. Un verdadero diálogo ente naciones se
estableció mientras escuchábamos, una a una, las obras seleccionadas.
Comenzamos en la esfera austro-judía, con el que fuera dedicatario del
concierto para violín de Elgar, Frizt Kreisler, y su Gitana. Obra exótica, que mezcla melodías populares y ritmos “valseados”
en tiempos ternarios, con partes más agitadas y virtuosísticas. La
interpretación de Yuri-Stratulat, es una de las mejores que se puede escuchar,
en la que juegan, casi hasta el paroxismo, con los tiempos y el rubato, aportando a la pieza su carácter
gitano-zíngaro.
Uno de los momentos más íntimos de la noche fue la
interpretación de La lista de Schindler
de John Williams. Fue prologada por una lapidaria frase de Yuri, que nos
comentó cómo sólo hace apenas un mes, pudo conocer la noticia de que su abuelo
fue fusilado durante la guerra, únicamente por el simple hecho de ser judío.
Tras terminar la frase, se colocó el violín, bajó la cabeza y los brazos,
dejándonos con el corazón helado, mientras que Lidia comenzaba desde la más
profunda oscuridad, la pieza. Fue un momento emotivo, en el que las notas de
esa bella melodía fluían con una fuerza especial. La interpretación acabó, como
no podía ser de otra manera, con un largo y prolongado aplauso.
Volvimos a la calma, o eso pensábamos, trasladándonos
a la Rusia del gran compositor Alfred Schnittke. Y aquí se pudo ver cómo las raíces
“tiran”, ya sea uno escritor, músico o pintor. Con la Polka se “desmelenaron” hasta tal punto que Yuri, en un gemido
típico de aquellos valses y danzas del Este, que a más de uno asustó, hizo
volar sus gafas que aterrizaron detrás de él. Gestos de complicidad con
Stratulat en los glissandi, entradas
perfectas, respiraciones casi simultaneas, aceleraciones y frenadas
espectaculares impregnaron esta corta pero alegre obra del compositor ruso. Fue
el preludio perfecto para la última obra del programa, con la que viajamos a la
Argentina de Astor Piazzola, con su magnífica Milonga para un ángel. La fabulosa conexión entre los dos músicos
consiguió que nos olvidáramos del piano y el violín y, en cambio, viéramos a
dos personas bailando esa milonga lenta y sensual.
Terminó así uno de los grandes conciertos de este
año en Santander. Un dúo con una calidad interpretativa magistral y, a la vez,
una humildad ejemplar, que ofreció un repertorio diverso, divertido y emotivo,
que hizo que el público pidiera que volviera pronto. Y esperamos sinceramente
que así sea.
Un saludo y buenas noches!