lunes, 12 de agosto de 2019

PRESENTACIÓN JOHN ADAMS Y HARMONIELEHRE

Dentro del programa del Festival Internacional de Santander del próximo lunes 12 de agosto, tendremos a la mejor orquesta del mundo, dirigida por Sir Simon Rattle, con un programa integrado por Harmonielehre del compositor americano John Adams, y la segunda sinfonía de Brahms.

Creo interesante presentar, aunque sea de manera sucinta, al primero de estos dos compositores y hablar brevemente de la obra que va a interpretarse, así como otras composiciones de referencia. Así que, ¡allá vamos!

No vamos a centrarnos tanto en sus años de infancia o biografía, sino más bien en algunos datos interesantes y, sobre todo, en su estética, relacionada con la obra que va a interpretarse en el concierto.

John Adams (1947) nació en Massachusetts y creció en un pueblo de New Hampshire. Su padre tocaba el clarinete, su madre cantaba en varias big bands y su abuelo era dueño de una sala de baile en la que llegó a actuar el mismísimo Duke Ellington, con el que el joven Adams consiguió sentarse un momento cuando era niño.
Hasta ese momento sus influencias musicales eran el swing y los clásicos europeos (sobre todo Mahler y Sibelius), la música popular americana y los musicales de Broadway.

Todo cambió cuando durante sus estudios en Harvard. Leon Kirchner, un alumno de Schönberg, fue su profesor, que lo introdujo en el nuevo lenguaje atonal y dodecafónico del gran compositor austriaco, eje de la música moderna del siglo XX. El mismo asombro que le produjo descubrir los nuevos lenguajes que se hablaban en la Nueva Música, le hizo renegar de ellos. Su oposición a Schönberg se ha convertido casi en un mantra. Pero ¿por qué esa obsesión? Varias son las razones que lo llevaron a pasar de la admiración a la parodia. En primer lugar, Adams se dio cuenta que la música atonal y dodecafónica encarna el individualismo típico del siglo XIX, en el que el compositor es considerado una especie de gurú de la música, un dios, que impone de manera arrolladora su estilo y filosofía musical. Por otro lado, la actitud Schönberg para con la sociedad y el mundo; ese ir a contra corriente, renegando de la sociedad, del presente y de la cultura del momento, no encajaba con la visión de Adams de la música. Para él, Schönberg encarna lo que ha llamado la “agonía de la música moderna”, en la que el público comienza a mirar hacia abajo o a irse de los conciertos debido a la fealdad de esa música. El propio Adams afirma que el sonido del dodecafonismo le disgusta.

Por tanto, con gran fuerza de voluntad, se puso de lado de los filisteos, rechazando la nueva estética y dirigiéndose hacia lo que podríamos llamar postminimalismo, o un romanticismo americano en el tiempo presente. Un defensor del “modernismo antimoderno”, similar a la música de Sibelius.

Dentro de este contexto, encontramos la obra que escucharemos en el concierto de hoy, Harmonielehre (1985). El título, traducido sería Tratado de Armonía, hace clara referencia a la gran obra teórica que Schönberg escribió en 1911, y en la que sintetizaba gran parte de su pensamiento musical y filosófico. Es una manera de enfrentarse a todo aquello que el discurso modernista “prohibía”, enfrentarse a ello y aprovecharlo.

Es una gran obra de unos 40’ de duración, conformada por tres movimientos (esquema bastante clásico tanto en forma como en tiempo de ejecución), que bebe tanto de la estética minimalista (Philip Glass sobre todo), como de la expresividad del último cuarto del XIX. La idea no es contraponer, sino unir ambas corrientes.

El primero de ellos sigue un esquema dinámico a la inversa. Un comienzo potente y enérgico, una parte intermedia delicada y romántica, y de nuevo un final rocoso. Contiene cierta carga programática, extrapolada de un sueño que Adams tuvo antes de comenzar su composición. Soñó un gigantesco avión, despegar de la bahía de San Francisco y lanzarse al cielo hacia Saturno. Por otro lado, estaba inmerso en el estudio de algunas obras del filósofo C.G. Jung, relacionadas con la mitología medieval, concretamente la leyenda de Anfortas, o el rey pescador, cuyas heridas nunca pudieron curarse. Ésta es la base para el segundo movimiento. En él, también podemos escuchar una cita a la última sinfonía, inacabada, de Mahler.

El tercer movimiento, también posee alma programática. Un sueño que Adams tuvo al poco de nacer su hija Emily, cariñosamente apodada “Quackie”. En el sueño, su hija cabalgaba sobre el hombro del místico medieval Meister Eckhardt, flotando en una especie de éter con altos techos parecidos a las paredes de las antiguas catedrales. Esta especie de canción de cuna (berceuse) va aumentando gradualmente su intensidad hasta el climax final.

Adams también estuvo involucrado en cuestiones políticas e históricas, como lo demuestran su ya famosa ópera Nixon en China (1987), bastión del “drama musical estadounidense”, basado en la visita del presidente americano a China (muy aconsejable verla, dejo aquí un fragmento



 También encontramos La muerte de Klinghoffer (1991), que narra la historia del asesinato de un judío a mano de terroristas palestinos


o El doctor atómico (2005), centrada en el lanzamiento de la primera bomba atómica y en uno de sus creadores, el físico Robert Oppenheimer


 Por tanto, una obra y un compositor comprometido con su tiempo, rechazando la estética exclusivamente vanguardista y que pretende la unión entre tradición e innovación. Un compositor que entiende la cultura como todos aquellos símbolos que compartimos, para entendernos los unos a los otros y que trata de ponerlo en práctica a través de una música de corte minimalista, con un gran componente expresivo, derivado del romanticismo de finales del XIX.




No hay comentarios:

Publicar un comentario