domingo, 11 de agosto de 2019

Reseña "Yo, Farinelli, el capón"


TODOS SOMOS FARINELLI

El pasado viernes 9 de agosto, en la sala Argenta del Palacio de Festivales de Santander, vivimos otra de esas noches memorables, de esas que después de varios días, se siguen comentando con conocidos y desconocidos.

Lo calificaron de experimento, y verdaderamente lo era. La etiqueta: "teatro musical barroco". Y salió a la perfección. Aquella unión de todas las artes, Gesamtkunstwerk, fundamento del wagneriarismo (por cierto, también predicada por Calderón de la Barca) pudo envolvernos durante una hora y media, que pasó como si fueran cinco minutos. 


Los protagonistas: la novela de Jesús Ruiz Mantilla (1965), "Yo Farinelli, el capón", la prestigiosa agrupación de música antigua, Forma Antiqva, liderada por Aaron Zapico, el renombrado actor Miguel Rellán
y el contratenor Carlos Mena. Todos ello bajo la dirección escénica de Manuel Gutiérrez Aragón. 

Música, literatura, drama, teatro. Todas ellas manifestaciones que forman parte del ser humano, y cuando éstas consiguen trascenderse a sí mismas, podríamos considerarlas Arte. Y, como ocurre con todo lo que es Arte, todos estamos representados en el escenario. 

La trama presenta al viejo Farinelli (Rellán) rememorando algunas hazañas e historias de su intensa vida, llena de éxitos. Hasta aquí nada que no se salga de una típica autobiografía. Pero, como decimos, la obra va mucho más allá. Nos presenta las dos caras de la moneda, el cantante divino, que canta como los ángeles la música del cielo (y no la del teléfono móvil que sonó justo en el instante en que Farinelli pronuncia esas palabras...) y el hombre, lo humano del divo. Tristezas, amores frustrados por su dedición a la música celestial, alegrías y dolores. 

Intensos los momentos en lo que actor y cantante se con-fundían en la misma figura, o uno se "escondía" en la sobra del otro, mientras uno cantaba o hablaba, como el abrazo final del Farinelli-actor durante la gran interpretación del Farinelli-cantante en Quell' usignol che innamorato (Ese ruiseñor que enamorado) de Geminiano Giacomelli, con esas florituras, fiatos perfilados, dinámicas sobrecogedoras, cambios de octavas, adornos, casi imposibles, todo ello magistralmente interpretados por Carlos Mena, y que, en algunos momentos, parece estar escuchando verdaderamente a ese pájaro cantarín. 

Soberbia, por tanto, la aportación de Forma Antiqva, tanto en los breves comentarios musicales entre las frases del Farinelli-actor, como en las distintas arias y canciones de Ariosti, Hasse y Haendel. Con su ímpetu y fuerza característicos, llenos de brío y precisión, crearon la perfecta banda sonora para el gran personaje, desde el duelo entre la trompa y el castrato, hasta la potente aria de Riccardo Broschi Son qual nave che agitata (Soy como una nave que agitada), pasando por la delicada melodía de Cara sposa (Querida esposa) de Haendel, en la que las mágicas notas de ese timbre tan característico como es el del contratenor, se entremezclaban con las precisas armonías de la orquesta. 

Creo que el gran momento se acercó hacia el final de la obra, cuando Farinelli se interroga, ante su otro yo a modo de espejo, ¿Quién soy yo? A lo que se contesta: "soy lo que la gente quiere que sea". ¿Cuántas veces nos habremos preguntado eso? En el libro de la enfermera Bronnie Ware, De qué te arrepentirán antes de morir, en el que cuenta conversaciones con enfermos terminales a los que pregunta de qué se arrepentían en su vida, en el puesto número uno encontramos: ser lo que lo demás han querido que sea, y no ser lo que yo quería. 

Todos y cada uno de nosotros tenemos un don, al igual que Farinelli (aunque en ese caso un poco forzado por la operación, sutil y graciosamente tratada en la obra), el famoso daemon de los griegos o, más reciente, el "elemento" del educador Ken Robinson. Al igual que el gran cantante italiano, es necesario luchar, sufrir, rechazar momentos y sentimientos, para conseguir otros a largo plazo. 

Toda una lección de humanidad. Han conseguido desligar esa imagen idílica y ensoñadora del Farinelli showman, (parecida a la del Mozart de la película Amadeus), para mostrarnos su lado más reflexivo y sensible. Hoy día, en que en la educación y pedagogía está tan de moda la famosa "inteligencia emocional", Farinelli nos enseña, literalmente, a "no avergonzarse de las emociones, sobre todo si son verdaderas", ser capaces de expresarlas a las personas que amamos, y a las que no, cosa que Farinelli no consiguió hacer con su amada Vittoria. A tener unos principios y seguirlos sin dilación, como hizo el cantante con su tarea en este mundo, que era "alabar a Dios con su voz".

Curiosamente, después del teatro vi la película Despertares, del director Penny Marshall, protagonizada por Robert de Niro y Robin Williams y basada, al igual que en la obra de Farinelli, en el libro del neurólogo y músico, Oliver Sacks, que cuenta el milagroso despertar de unos enfermos terminales. En un momento de la película, uno de ellos (de Niro) dice: "Ya no soy yo, soy ridículo", porque la enfermedad había vuelto a hacer su aparición. Algo parecido pasaba con el divo italiano. Y algo parecido nos pasa a veces, cuando nos vemos abocados a hacer, por una razón u otra, a no mostrar nuestro verdadero yo. 

Si tuviera que extraer alguna moraleja de esa gran noche en el Palacio de Festivales sería, utilizar, practicar, vivir la música, la literatura, el teatro, la vida, como lo que es. Un don maravilloso que tenemos que aprovechar, prestando atención a los pequeños momentos, como si fuera, en palabras de Aaron Zapico, "una bonita historia, con música".

Saludos y buenas noches

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