martes, 13 de agosto de 2019

CRÍTICA CONCIERTO 12-8-19 LONDON SYMPHONY Y SIR SIMON RATTLE

SANTANDER SE RINDE ANTE LA LONDON SYMPHONY Y SIR SIMON RATTLE

Cuando repetición no es sinónimo de aburrimiento

La pasada noche del 12 de agosto, en el marco del Festival Internacional de Santander, tuvimos otro de aquellos días que difícilmente pasarán desapercibidos. Después del Haydn, Britten y Rachmaninov del día anterior, esta vez, la calificada como una de las mejores orquestas del mundo con uno de los mejores directores del mundo (London Symphony Orchestra y Sir Simon Rattle) nos ofreció un “programón”. Harmonielehre de John Adams, y la sinfonía n. 2 de Brahms. Dos compositores aparentemente muy dispares, pero que tienen en común más de lo que parece.

Ya antes de comenzar la puesta en escena impone. Una masa instrumental y humana, con una gran tarima para las percusiones, y los violines a escasos centímetros del borde del escenario.

Las 39 repeticiones del acorde de mi menor del primer movimiento, First movement, ya nos ponen en situación. Rocas sonoras, a la manera de Stravinsky en su Consagración, nos golpean hasta que la intensidad decrece y aparece la filigrana minimalista (heredera de Glass y Reich), esa especie de motor constante que será el hilo conductor de la obra. Pero no es sólo repetición y repetición, hasta que el ritmo aumente y vuelva a bajar, y luego a crecer de nuevo, introduciendo los típicos cambios minimalistas. Adams distribuye ese motor para que vaya pasando por varias familias instrumentales y alcanzando distintos centros tonales, jugando con las dinámicas y la aparición del gran tema lírico hacia la mitad del primer movimiento. Asignado, como no podía ser de otra manera, a las cuerdas e interpretado con elegancia y gran expresividad por los profesores de orquesta, este tema nos recuerda sinuosamente a los temas sinfónicos de Mahler o al joven Schönberg. Parte desde abajo, suavemente, y va subiendo poco a poco hasta alcanzar el climax en la parte más aguda de las cuerdas y las maderas. El cohete ha llegado a su destino, allá en el cielo. El final del movimiento vuelve a las embestidas del comienzo, con un gran trabajo de los metales y las percusiones.

Como comentamos en la entrada de presentación de esta obra, el segundo movimiento surge de la lectura de Adams de algunas obras del filósofo C.G. Jung, relacionadas con la mitología medieval, concretamente con la figura de Anfortas y sus famosas heridas. De ahí toma el nombre el segundo movimiento “La herida de Anfortas”.

Un movimiento de una expresividad abrumadora (también surgido de otra ensoñación del compositor, véase entrada anterior), con un tema que recuerda el inicio de la cuarta sinfonía de Sibelius. Mientras la música avanza también suena una sutil y muy curiosa desfiguración de la melodía de la primera Gymnopedie de Erik Satie. Curioso porque, algunos, consideran a este compositor casi olvidado el “padre del minimalismo”, que practica Adams. Por otro lado, Satie fue muy admirado y estudiado por otro John del siglo XX, John Cage, que Adams admiraba a su vez. El círculo se cierra.

El tercer movimiento “Maestro Eckhardt y Quackie”, como vimos en la mencionada entrada sobre esta obra, también se basa en un sueño del compositor. La densidad musical retoma el final del segundo movimiento para poco a poco alcanzar la fuerza del primero, con las filigranas minimalistas y el ya conocido acorde casi percutido. Comienza una verdadera lucha de tonalidades, entre la original, mi menor, y mi bemol. Ésta última, escabulléndose entre los metales y las percusiones, zarandeando a su rival mediante las distintas repeticiones del tema inicial, acaba venciendo el combate. Los dos juegos de campanas, cada uno en un extremo imitan una fiesta caótica, mientras que cada instrumento hace su entrada, enérgicamente marcada por Rattle. El orden dentro del caos, un orden que acaba con un fuerte aplauso.

Un gran trabajo de toda la orquesta, sobre todo las secciones de viento y percusión, destacando las cuatro flautas y la trompeta. Tanto es así, que el trompetista fue el único que el directo llamó para levantarse y saludar.

Imagen
Distribución sección cuerda LSO

Tras el descanso y los comentarios, buenos y menos buenos, dio comienzo la segunda obra programada, la sinfonía n. 2 de Brahms. Decíamos que no estaban tan alejadas porque el compositor hamburgués, utiliza recursos que podríamos considerar precursores del minimalismo posterior.

El Allegro non troppo inicial se construye sobre tres minúsculos motivos de apenas unas notas, repetidos casi a la manera de Adams. Predomina el carácter elegiaco y pastoral, aunque no faltan los toques melancólicos de los trombones, que recuerdan la seriedad típica del compositor alemán.
El segundo movimiento, Adagio non troppo, continúa con el carácter campestre del primero, mostrándonos un cuadro que podría ocurrir al caer la noche en Pörtschach, resort idílico, donde Brahms lo estaba componiendo en 1877. El tercer movimiento sirve a modo de transición para dar pie al vivo movimiento final. Una fuerza desmesurada irradia su energía desde las manos del director hasta la orquesta, que proyecta un sonido espectacular hacia el público. Dinámicas perfectamente ejecutadas y un equilibrio del orgánico estudiado al milímetro, presentan al mejor Brahms, en estado puro.

La ovación del público hizo que los profesores de la orquesta se volvieran a sentar para interpretar una de las danzas eslavas del op. 46 del compositor húngaro Dvorak, la n. 7 Skocna, llena de vida y que hizo resaltar a la oboísta de la orquesta.


En resumen, otro gran concierto de la programación del Festival Internacional de Santander, con una orquesta de primer nivel, que cada vez da lo mejor de sí misma, gracias a la batuta de Rattle. Un repertorio interesante, que une tradición y modernidad, y que esperemos siga en ese camino. ¡Ya estamos impacientes por escucharlos el verano que viene!

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