jueves, 22 de agosto de 2019

ORQUESTA DE CADAQUÉS, GIANANDREA NOSEDA, PIERRE-LAURENT AIMARD

ENTRE CLÁSICO Y (NEO)CLÁSICO

El programa del concierto que ofreció la Orquesta de Cadaqués, dirigida por la batuta de Gianandrea Noseda, la pasada noche del miércoles, estuvo formado por el concierto para piano y orquesta n. 25 de Mozart y Pulcinella de Stravinsky. En general, correcto, pero bastante más “flojo” que el resto de conciertos que hemos podido escuchar en la programación del Festival Internacional.

La primera media hora de la noche, la ocupó el concierto para piano y orquesta n. 25 de Mozart (1756-1791), compuesto en 1786. Fue interpretado por el veterano pianista francés Pierre-Laurent Aimard. Un típico concierto clásico, con sus tres movimientos, rápido-lento-rápido, que pasaron por la sala “sin pena ni gloria”. La interpretación fue singular, si tuviéramos que definirla de alguna manera. Un primer movimiento enérgico, quizás demasiado para Mozart, con alguna que otra duda en el dialogo entre solista y orquesta en la coda, un Andante lírico, pero sin ese toque delicado y dulce típico de los movimientos lentos del compositor austriaco, y un Allegretto rabioso y acelerado, casi más que el Allegro inicial, mostraron un Mozart distinto a lo que estamos acostumbrados a escuchar. Puede que la faceta de Pierre como pianista dedicado más a la música del XX explique esta visión peculiar de entender esta obra clásica.


Con la segunda parte nos adentramos en el siglo XX. Me gustaría realizar una pequeña reflexión. Ya desde finales del siglo anterior, aparecieron una infinidad de –ismos, que plagaron el panorama artístico europeo. Decadentismo, simbolismo, impresionismo, expresionismo, atonalismo, dodecafonismo o neoclasicismo, fueron algunos de los más relevantes. Nos centraremos en el último de ellos, que enmarca la música de uno de los momentos compositivos de Stravinsky (1882-1971). Pero, ¿en qué consiste este famoso Neoclasicismo? La verdad es que no es nada fácil dar una definición, pero intentaremos esbozarla. Digamos que consiste en la elección de un modelo del pasado (de ahí “clásico”) y presentarlo, mutandis mutandis, en el presente (de ahí “neo”).

En el caso de nuestro compositor, existe una teoría verdaderamente interesante que explica una posible razón para esta nueva manera de componer. Consiste en la confluencia de dos factores, muy relacionados entre sí.

Por un lado, el rechazo a todo lo acontecido en las décadas anteriores, como conflictos, desorden, guerras... (véase Romanticismo), por lo que las fuentes se retrotrajeron al mundo clásico, entendiendo como clásico a las épocas del Clasicismo, Barroco, Renacimiento y, por ende, la antigüedad clásica.

Por otro, presenta al Stravinsky despatriado. Debido a la Gran Guerra (1914-1918) el compositor ruso parte a Suiza donde vivirá hasta 1920 (fecha de Pulcinella), cuando, con su familia, se traslada a París. El cambio en su estilo compositivo (venía de una tardo-romanticismo ruso) se explicaría entonces como una manera de reconocerse en una cultura distinta a la suya, tomando así sus “clásicos” y amoldarlos a sí mismo. Una manera de aceptarse y ser aceptado en su nueva casa. De ahí surgen obras como Historia de un soldado o Pulcinella, consideradas las primeras grandes obras de Stravinsky creadas a partir de material ya preexistente. Este momento marcó un antes y un después en la vida y la obra del compositor. Como bien se nos dice en las notas al programa, él mismo llegó a decir que “Pulcinella fue mi descubrimiento del pasado, la epifania que hizo posible todas mis obras posteriores”.

Ahora bien, ¿cómo lo hace en esta obra? La clave reside en lo que podría llamarse “traslado y adaptación”. Stravinsky toma una obra musical, de aquellas atribuida a Pergolesi (1710-1736), que trata un tema y personajes relacionados con la comedia teatral italiana de mediados del XVI, en este caso Pulcinella. Una historia de amor y celos, con cierto parecido al Petruschka de unos años antes. Musicalmente, parece que lo que realiza es un simple arreglo o trascripción de la obra, pero lo que realmente hace es introducir, de una manera sutil y ejemplar al mismo tiempo, las innovaciones melódicas, armónicas y rítmicas de su música posterior. El truco reside en mantener las melodías extremas, es decir, la que más se oye (aguda) y la base armónica (grave), entretejiendo entre ellas esos pequeños cambios, que la han convertido en una pieza clave para entender el siglo XX.

Algo de esto pudimos escuchar la pasada noche. Puede que la orquesta no tuviera su mejor día, y salvó como pudo la compleja ejecución. Algún que otro desajuste entre secciones instrumentales y un sonido ligeramente desgarbado, con acentos exagerados y poco equilibrio dinámico impidieron seguir el discurso musical. También hay que sumar los abundantes y desmesurados gestos del director y el ruido de la tarima, que rompían la magia de esta maravillosa página.

Por lo que respecta a los cantantes solistas (con cortas entradas), destacamos el papel del barítono Nicola Ulivieri, que hizo alarde de una voz poderosa, clara y directa, con un fraseo elegante. La soprano Barbara Frittolo y el tenor Francesco Marsiglia, mostraron un control correcto y dominio del estilo, pero con poca proyección y soltura. También es cierto que su posición en el escenario no creemos fuera la más adecuado, entre director y orquesta, lo que obstaculizaba la llegada del sonido a las butacas. Por otro lado, la falta de equilibrio de la que hablábamos anteriormente, también se notó en los números con los cantantes, en los que en ocasiones prácticamente la orquesta tapaba al solista.

En resumen, un concierto que no pasará a la historia, correcto pero flojo. Aun así, siempre es interesante y enriquecedor poder acercarse a obras de compositores como Mozart y Stravinsky, sobre todo al Pulcinella, clave para la música del XX.


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