ENTRE CLÁSICO Y (NEO)CLÁSICO
El programa del concierto que ofreció la Orquesta
de Cadaqués, dirigida por la batuta de Gianandrea Noseda, la pasada noche del miércoles,
estuvo formado por el concierto para piano y orquesta n. 25 de Mozart y Pulcinella de Stravinsky. En general,
correcto, pero bastante más “flojo” que el resto de conciertos que hemos podido
escuchar en la programación del Festival Internacional.
La primera media hora de la noche, la ocupó el
concierto para piano y orquesta n. 25 de Mozart (1756-1791), compuesto en 1786.
Fue interpretado por el veterano pianista francés Pierre-Laurent Aimard. Un típico
concierto clásico, con sus tres movimientos, rápido-lento-rápido, que pasaron
por la sala “sin pena ni gloria”. La interpretación fue singular, si tuviéramos
que definirla de alguna manera. Un primer movimiento enérgico, quizás demasiado
para Mozart, con alguna que otra duda en el dialogo entre solista y orquesta en
la coda, un Andante lírico, pero sin ese toque delicado y dulce típico de los
movimientos lentos del compositor austriaco, y un Allegretto rabioso y acelerado, casi más que el Allegro inicial, mostraron un Mozart
distinto a lo que estamos acostumbrados a escuchar. Puede que la faceta de
Pierre como pianista dedicado más a la música del XX explique esta visión
peculiar de entender esta obra clásica.
Con la segunda parte nos adentramos en el siglo
XX. Me gustaría realizar una pequeña reflexión. Ya desde finales del siglo
anterior, aparecieron una infinidad de –ismos, que plagaron el panorama
artístico europeo. Decadentismo, simbolismo, impresionismo, expresionismo,
atonalismo, dodecafonismo o neoclasicismo, fueron algunos de los más relevantes.
Nos centraremos en el último de ellos, que enmarca la música de uno de los
momentos compositivos de Stravinsky (1882-1971). Pero, ¿en qué consiste este
famoso Neoclasicismo? La verdad es que no es nada fácil dar una definición,
pero intentaremos esbozarla. Digamos que consiste en la elección de un modelo
del pasado (de ahí “clásico”) y presentarlo, mutandis mutandis, en el presente (de ahí “neo”).
En el caso de nuestro compositor, existe una
teoría verdaderamente interesante que explica una posible razón para esta nueva
manera de componer. Consiste en la confluencia de dos factores, muy
relacionados entre sí.
Por un lado, el rechazo a todo lo acontecido en
las décadas anteriores, como conflictos, desorden, guerras... (véase Romanticismo),
por lo que las fuentes se retrotrajeron al mundo clásico, entendiendo como
clásico a las épocas del Clasicismo, Barroco, Renacimiento y, por ende, la antigüedad
clásica.
Por otro, presenta al Stravinsky despatriado.
Debido a la Gran Guerra (1914-1918) el compositor ruso parte a Suiza donde
vivirá hasta 1920 (fecha de Pulcinella),
cuando, con su familia, se traslada a París. El cambio en su estilo compositivo
(venía de una tardo-romanticismo ruso) se explicaría entonces como una manera de
reconocerse en una cultura distinta a la suya, tomando así sus “clásicos” y
amoldarlos a sí mismo. Una manera de aceptarse y ser aceptado en su nueva casa.
De ahí surgen obras como Historia de un
soldado o Pulcinella,
consideradas las primeras grandes obras de Stravinsky creadas a partir de
material ya preexistente. Este momento marcó un antes y un después en la vida y
la obra del compositor. Como bien se nos dice en las notas al programa, él
mismo llegó a decir que “Pulcinella fue
mi descubrimiento del pasado, la epifania que hizo posible todas mis obras
posteriores”.
Ahora bien, ¿cómo lo hace en esta obra? La clave
reside en lo que podría llamarse “traslado y adaptación”. Stravinsky toma una
obra musical, de aquellas atribuida a Pergolesi (1710-1736), que trata un tema
y personajes relacionados con la comedia teatral italiana de mediados del XVI,
en este caso Pulcinella. Una historia
de amor y celos, con cierto parecido al Petruschka
de unos años antes. Musicalmente, parece que lo que realiza es un simple
arreglo o trascripción de la obra, pero lo que realmente hace es introducir, de
una manera sutil y ejemplar al mismo tiempo, las innovaciones melódicas, armónicas
y rítmicas de su música posterior. El truco reside en mantener las melodías
extremas, es decir, la que más se oye (aguda) y la base armónica (grave),
entretejiendo entre ellas esos pequeños cambios, que la han convertido en una
pieza clave para entender el siglo XX.
Algo de esto pudimos escuchar la pasada noche.
Puede que la orquesta no tuviera su mejor día, y salvó como pudo la compleja
ejecución. Algún que otro desajuste entre secciones instrumentales y un sonido
ligeramente desgarbado, con acentos exagerados y poco equilibrio dinámico
impidieron seguir el discurso musical. También hay que sumar los abundantes y
desmesurados gestos del director y el ruido de la tarima, que rompían la magia
de esta maravillosa página.
Por lo que respecta a los cantantes solistas (con
cortas entradas), destacamos el papel del barítono Nicola Ulivieri, que hizo
alarde de una voz poderosa, clara y directa, con un fraseo elegante. La soprano
Barbara Frittolo y el tenor Francesco Marsiglia, mostraron un control correcto
y dominio del estilo, pero con poca proyección y soltura. También es cierto que
su posición en el escenario no creemos fuera la más adecuado, entre director y
orquesta, lo que obstaculizaba la llegada del sonido a las butacas. Por otro
lado, la falta de equilibrio de la que hablábamos anteriormente, también se
notó en los números con los cantantes, en los que en ocasiones prácticamente la
orquesta tapaba al solista.
En resumen, un concierto que no pasará a la
historia, correcto pero flojo. Aun así, siempre es interesante y enriquecedor
poder acercarse a obras de compositores como Mozart y Stravinsky, sobre todo al
Pulcinella, clave para la música del
XX.
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