viernes, 23 de agosto de 2019

LES MUSICIENS DU LOUVRE, MARC MINKOWSKI

OBEDECIENDO EL PODER DE LA MÚSICA CON HÄNDEL Y MOZART
Noche mágica con Les Musiciens du Louvre en el Festival Internacional de Santander

Leidenschaften stillt und weckt Musik?. Es decir, ¿existe pasión que la música no provoque? Si alguien tenía alguna duda, después del maravilloso concierto de la pasada noche, queda claro que no. La agrupación Les Musiciens du Louvre, dirigida por la amable batuta de Marc Minkowski, nos ofreció un delicioso programa, centrado en la figura de Mozart y el mundo sacro.

Ya hemos podido escuchar, en la variada programación del Festival Internacional de Santander, a distintas agrupaciones dedicadas a la música antigua, con diferentes propuestas, tanto a nivel interpretativo como escénico, como Windu Quartet o Forma Antiqva. Hoy era el turno de una orquesta consagrada, con casi cuarenta años de historia, y que cuenta con un amplio curriculum. Es interesante lo que Aaron Zapico (Forma Antiqva) comentaba antes de uno de sus conciertos del FIS. Decía que, aunque no tendría que ser necesario, la música antigua sufre todavía de una especie de “síndrome de inferioridad” respecto a la música que llamamos clásica, que la presiona a justificarse de sus decisiones interpretativas. Eso fue lo que pasó al principio del concierto de anoche, cuando Minkowski introdujo las dos obras y explicó el porqué del reducido coro y los instrumentos, destacando la presencia de la inusual armónica de cristal.

Y comenzó el concierto. La primera obra fue la Oda a Santa Cecilia, de Händel (1685-1759), pero no la original, sino la versión de Mozart (1756-1791).

Una de las características de la música barroca es la importancia del texto y su traducción musical, la llamada retórica, que podemos encontrar en toda la pieza. El texto de la Oda está plagado de referencias musicales (recordemos que Santa Cecilia es el boss de los músicos, como dijo Minkowsi), donde palabras destacadas reciben un tratamiento especial, ya sea a través de un amplio melisma, un amplio salto en forte o una nota mantenida más de lo normal. Es el caso de weckt (“calmar” o “provocar”), Doppelschlag (“redoble”, intensamente realizado por los timbales), zog (“seguir”, donde el bajo imita la acción de seguir con la voz) o Posaune (“trombón”, con la aparición de este instrumento). La orquesta organizó magníficamente la partitura, con una articulación meticulosa y una dinámica equilibrada, haciendo alarde de gran seguridad y dominio del discurso musical.

El ethos de cada número, unas veces majestuoso, otras celestial o dramático, fue expuesto de manera diáfana, tanto en las partes orquestales como en las arias y recitativos. Gran intervención de los tres solistas, que destacaron por su calidad tímbrica y precisión en los trinos y florituras, con una buena pronunciación e intensidad en los registros medio y agudo, desarrollando a la perfección la brillante y locuaz arquitectura sonora de Händel/Mozart. El toque del compositor austriaco lo podemos observar, tanto en el nuevo lenguaje clásico empleado, como en los instrumentos que añade al orgánico haendeliano, como clarinetes, un laúd o la peculiar armónica de cristal, que tuvo su momento estelar en el aria séptima. El texto justifica el empleo de este instrumento: “¿Qué arte puede enseñar, qué voz humana puede alcanzar la perfección del órgano sagrado? Notas que inspiran amor santo, notas que toman su rumbo celestial para unirse a los coros divinos.” No existe mejor descripción para este instrumento, que dejó al público casi reteniendo el aliento. La atmósfera etérea se truncó con la potente voz del bajo solista y concluyó con el magnífico contrapunto del coro final.

Tras el descanso, en el que nos deleitamos con la afinación del órgano, pudimos disfrutar de una de las pocas obras sacras de Mozart, la Gran misa en do menor Kv 427. La retórica musical es llevada al paroxismo. Un Kyrie penitente y sobrio, impregnado por las sutiles y expresivas súplicas de la soprano, un Gloria que sube hasta el cielo, gracias al irresistible do mayor y en el que se cita explícitamente al maestro Haendel. Un Gratias exquisito, que nos muestra como la formidable fantasía de Mozart puede hacer tanto con tan poco texto. En casos como este, podemos observar cómo, poco a poco, la música va tomando el mando y deja de estar subordinada a las palabras (llegando a la “música absoluta” del Romanticismo). Le siguió el Domine, protagonizado por las voces solistas femeninas, con gran fuste y magnífica precisión en las resoluciones cadenciales. Los elaborados y luminosos fugatos contrapuntísticos de Qui tollis, Quoniam o Cum Sancto Spiritu, desgranados con una eficacia intensa y fluida por las orquesta y coro, dieron paso al Credo, cantado por todo el coro, significando a todo el universo, en el que el pequeño motivo de la palabra “credo”, viaja y se desliza suavemente por las cuerdas. El elegante fiato de la soprano encarnó, nunca mejor dicho, el Et incarnatus est, acompañada de un grupo solista de traverso, oboe y fagot. Un doble coro, el del Sanctus, acompañado por los brillantes y precisos metales, que nos traslada al mundo verdiano, nos abandona en manos del triunfal Benedictus final.

En definitiva, un programa y una interpretación que dejó embelesado al público del Festival. Belleza y luminosidad que hicieron brillar tanto a orquesta como a coro, que demostraron porqué son una de las más importantes en este repertorio a nivel internacional, con un sonido perfectamente articulado y exquisitez tímbrica. Han llevado a cabo el lema que canta el coro en la Oda a Santa Cecilia “Gehorsam der Musik”, es decir, “Obedeciendo el poder de la música”.

¡Esperamos verlos pronto de nuevo por aquí!

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