Dentro del programa del Festival Internacional de Santander del próximo
lunes 12 de agosto, tendremos a la mejor orquesta del mundo, dirigida por Sir
Simon Rattle, con un programa integrado por Harmonielehre
del compositor americano John Adams, y la segunda sinfonía de Brahms.
Creo interesante presentar, aunque sea de manera sucinta, al primero de
estos dos compositores y hablar brevemente de la obra que va a interpretarse,
así como otras composiciones de referencia. Así que, ¡allá vamos!
No vamos a centrarnos tanto en sus años de infancia o biografía, sino más
bien en algunos datos interesantes y, sobre todo, en su estética, relacionada
con la obra que va a interpretarse en el concierto.
John Adams (1947) nació en Massachusetts y creció en un pueblo de New
Hampshire. Su padre tocaba el clarinete, su madre cantaba en varias big bands y su abuelo era dueño de una
sala de baile en la que llegó a actuar el mismísimo Duke Ellington, con el que el
joven Adams consiguió sentarse un momento cuando era niño.
Hasta ese momento sus influencias musicales eran el swing y los clásicos
europeos (sobre todo Mahler y Sibelius), la música popular americana y los
musicales de Broadway.
Todo cambió cuando durante sus estudios en Harvard. Leon Kirchner, un
alumno de Schönberg, fue su profesor, que lo introdujo en el nuevo lenguaje
atonal y dodecafónico del gran compositor austriaco, eje de la música moderna
del siglo XX. El mismo asombro que le produjo descubrir los nuevos lenguajes
que se hablaban en la Nueva Música, le hizo renegar de ellos. Su oposición a
Schönberg se ha convertido casi en un mantra. Pero ¿por qué esa obsesión?
Varias son las razones que lo llevaron a pasar de la admiración a la parodia.
En primer lugar, Adams se dio cuenta que la música atonal y dodecafónica
encarna el individualismo típico del siglo XIX, en el que el compositor es
considerado una especie de gurú de la música, un dios, que impone de manera
arrolladora su estilo y filosofía musical. Por otro lado, la actitud Schönberg
para con la sociedad y el mundo; ese ir a contra corriente, renegando de la
sociedad, del presente y de la cultura del momento, no encajaba con la visión
de Adams de la música. Para él, Schönberg encarna lo que ha llamado la “agonía
de la música moderna”, en la que el público comienza a mirar hacia abajo o a
irse de los conciertos debido a la fealdad de esa música. El propio Adams
afirma que el sonido del dodecafonismo le disgusta.
Por tanto, con gran fuerza de voluntad, se puso de lado de los filisteos,
rechazando la nueva estética y dirigiéndose hacia lo que podríamos llamar
postminimalismo, o un romanticismo americano en el tiempo presente. Un defensor
del “modernismo antimoderno”, similar a la música de Sibelius.
Dentro de este contexto, encontramos la obra que escucharemos en el
concierto de hoy, Harmonielehre (1985). El título, traducido sería Tratado de
Armonía, hace clara referencia a la gran obra teórica que Schönberg escribió en
1911, y en la que sintetizaba gran parte de su pensamiento musical y
filosófico. Es una manera de enfrentarse a todo aquello que el discurso
modernista “prohibía”, enfrentarse a ello y aprovecharlo.
Es una gran obra de unos 40’ de duración, conformada por tres movimientos
(esquema bastante clásico tanto en forma como en tiempo de ejecución), que bebe
tanto de la estética minimalista (Philip Glass sobre todo), como de la
expresividad del último cuarto del XIX. La idea no es contraponer, sino unir
ambas corrientes.
El primero de ellos sigue un esquema dinámico a la inversa. Un comienzo
potente y enérgico, una parte intermedia delicada y romántica, y de nuevo un
final rocoso. Contiene cierta carga programática, extrapolada de un sueño que
Adams tuvo antes de comenzar su composición. Soñó un gigantesco avión, despegar
de la bahía de San Francisco y lanzarse al cielo hacia Saturno. Por otro lado,
estaba inmerso en el estudio de algunas obras del filósofo C.G. Jung, relacionadas
con la mitología medieval, concretamente la leyenda de Anfortas, o el rey
pescador, cuyas heridas nunca pudieron curarse. Ésta es la base para el segundo
movimiento. En él, también podemos escuchar una cita a la última sinfonía,
inacabada, de Mahler.
El tercer movimiento, también posee alma programática. Un sueño que Adams
tuvo al poco de nacer su hija Emily, cariñosamente apodada “Quackie”. En el
sueño, su hija cabalgaba sobre el hombro del místico medieval Meister Eckhardt,
flotando en una especie de éter con altos techos parecidos a las paredes de las
antiguas catedrales. Esta especie de canción de cuna (berceuse) va aumentando
gradualmente su intensidad hasta el climax final.
Adams también estuvo involucrado en cuestiones políticas e históricas, como
lo demuestran su ya famosa ópera Nixon en
China (1987), bastión del “drama musical estadounidense”, basado en la
visita del presidente americano a China (muy aconsejable verla, dejo aquí un
fragmento
o El doctor atómico (2005), centrada en el lanzamiento de la primera
bomba atómica y en uno de sus creadores, el físico Robert Oppenheimer
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